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LA PERTENENCIA COMO ORIGEN DE CONFLICTOS Y ENFERMEDADES

El hecho de pertenecer a un grupo humano condiciona la forma de ser y de actuar de cada miembro, modelándolo continuamente de acuerdo a las necesidades del grupo. Esto hace que sus rasgos de personalidad tengan que adaptarse a las circunstancias y al lugar que ocupa cada miembro, a las jerarquías y a lo que supone ocupar un puesto en ese grupo.

De todos los grupos a los que puede pertenecer un individuo es la familia el que más le condiciona, ya que la estructura familiar es de carácter estable y no da pie a grandes cambios salvo los nacimientos, las muertes y la formación de parejas. El lugar que se ocupa en la familia y el rol asociado a ese lugar hacen que la personalidad de origen de un individuo tenga que ir cambiando de acuerdo a las necesidades de la familia.

La tensión nerviosa que cada persona tiene que soportar para mantenerse en equilibrio con el resto de miembros de la familia y evitar posibles choques, hace que cada movimiento que se realiza dentro de la familia tenga que ser pensado, medido o negociado para evitar mal funcionamiento del grupo y las consecuencias negativas que eso puede traer para el bienestar común y el objetivo de conseguir que los hijos salgan adelante adecuadamente. Para aminorar la dificultad que esto supone, se han creado normas, leyes que se transmiten linealmente mediante las tradiciones de una a otra generación.

Las normas chocan eventualmente con las tendencias naturales de los miembros de la familia y eso genera conflictos entre ellos. Cuando los conflictos se pueden solucionar, la familia se adapta y continúa estable, pero si los conflictos no se solucionan o se solucionan sólo parcialmente, todos los miembros quedan condicionados por esa situación e intentan aportar algún tipo de movimiento que pueda abrir la puerta a una nueva solución.

Los miembros más fuertes de la familia pueden soportar normalmente las tensiones y continúan conviviendo con los conflictos a la espera de una salida, pero los miembros más débiles, habitualmente los niños, los ancianos o los enfermos, no pueden aportar soluciones al conflicto e intentan buscarlas derivando la atención hacia sí mismos por parte de los miembros mas afectados, en un acto de amor equivocado que no resuelve munca el problema y que suele traer habitualmente nuevas complicaciones y peores consecuencias que el conflicto que lo orginó.

Estos miembros más frágiles pueden comportarse de una manera llamativa, como ser niños traviesos o especialmente buenos, mostrar signos o síntomas de alguna enfermedad común, desarrollar una grave enfermedad e incluso dar su vida, en un erróneo intento de aportar soluciones equivocadas.

Habitualmente, este comportamiento actúa como una trampa o encerrona. Una vez que un individuo hace algo para despistar la atención, está condenado a repetirlo o incluso a incrementarlo ya que cuando deja de entretener al grupo, éste vuelve otra vez a poner su atención en el conflicto original.

La pertenencia al grupo familiar despierta unas lealtades tan fuertes que muchas veces anula de tal forma a sus miembros que abandonan sus objetivos primarios en la vida y los cambian por las necesidades de la familia.

Esto que se acaba de exponer para la familia se podría aplicar también a otros grupos humanos como la tribu o el grupo laboral formado por los compañeros de trabajo, pero, generalmente los lazos de unión entre sus miembros no suelen levantar lealtades tan grandes como se observan dentro de la familia.

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