Conflictos con los Hijos
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CONFLICTOS CON LOS HIJOS
La llegada de los hijos es la consecuencia natural de la convivencia y el mantenimiento de relaciones sexuales en una pareja formada por un hombre y una mujer. Siguiendo su normal proceso biológico, van a dar lugar a una nueva generación de seres humanos que mantengan el recambio necesario para la supervivencia de la especie. Es una condición imprescindible para ello que un número suficiente de personas formen parejas y que éstas den lugar al nacimiento de hijos.
Esto no significa que todas las parejas que se forman tengan que tener hijos, aunque sí que sería lo esperable. Lo que indica es que dentro de nuestro sistema biológico está incluido el instinto de supervivencia y que si hay suficientes personas que aseguran la reproducción, nuestra especie podrá seguir existiendo. Gracias a estas personas que aseguran la descendencia, algunas otras pueden optar por no tener hijos o puede que no lo consigan a pesar de intentarlo, pero su número en comparación con las otras no puede ser muy elevado ya que, si no es así, se invierte la pirámide de población y ésta decrece, lo que va en contra de la supervivencia de la especie a medio y largo plazo.
También hay que tener en cuenta que no basta con tener hijos, sino que hay que conseguir que lleguen a ser adultos y puedan tener hijos a su vez. Esto depende de la probabilidad que tenga un grupo de humanos de llevar a un nuevo ser desde el nacimiento hasta la edad de reproducción en buenas condiciones de salud, lo que en la especie humana supone, al menos, 15 o 20 años.
Cuando un grupo de personas puede aumentar esa probabilidad de supervivencia, no necesita que cada mujer tenga un gran número de hijos. Si esa probabilidad disminuye, cada una debe dar vida a todos los que pueda y sean necesarios para conseguir que los más fuertes lleguen a la edad adulta.
Es preciso que haya dos o más hijos por cada pareja fértil formada para asegurar la estabilidad de la población pero, como pueden surgir enfermedades o accidentes que impidan que un joven pueda llegar a la edad de reproducirse, la tasa de natalidad que permita el crecimiento de un grupo humano debe superar los 2 hijos por cada pareja. Pero, si incluimos en esa tasa a las personas que no pueden o no quieren tener descendencia, el número debe situarse en 3 o más hijos para que esto sea posible.
En nuestra especie, el instinto de reproducción es intenso tanto en la mujer como en el hombre, aunque puede ser más evidente en ellas por la presencia de una ovulación cada 28 días. La diferencia estriba en que, usualmente, la mujer hace consciente y expresa ese deseo y en el hombre suele ser más inconsciente y, por lo tanto, puede pasar inadvertido.
Para una mujer es más fácil sentir de forma instintiva o consciente que la consecuencia natural de la vida en pareja es la llegada de los hijos, pero un hombre va a expresar su instinto de reproducción preferentemente con el deseo de mantener relaciones sexuales, lo que finalmente viene a ser lo mismo ya que, si no se ponen barreras, éstas darán lugar a embarazos siempre que sea posible.
Cuando llegan los hijos, la relación de la pareja se ve modificada de una forma importante. Una vez que la mujer está embarazada, se inicia en su cuerpo, en su mente y en su mundo emocional un proceso que la lleva a invertir la mayor parte de su energía en conseguir que el nuevo ser tenga todas sus necesidades cubiertas. Esto hace que su compañero perciba cómo la atención y la dedicación hacia él disminuye, lo que activa una sensación interna de malestar que puede ir creciendo con el paso del tiempo y dar lugar a reproches, choques y conflictos.
Resulta una experiencia nueva y apasionante para ambos miembros de la pareja el hecho de tener a una tercera persona en casa, un hijo de ambos al que cuidar y atender pero también del que disfrutar. Su llegada supone dedicación y responsabilidad.
Esta nueva situación va a hacer que los padres se transformen de una manera profunda, les obligará a que evolucionen y que obtengan un grado de madurez a medida que ambos se vean proyectados a vivir nuevos retos y experiencias a los que hay que ir dando una respuesta adecuada.
Ese o esos hijos que van llegando a la familia ocupan, de inmediato, lugares en la misma y hacen que los progenitores dirijan su atención hacia ellos y les proyecten tanto las influencias positivas como las negativas, a través del contacto directo y de la educación.
La manera en la que se inicia esta nueva relación, las vivencias en común, las influencias que se ejercen, las necesidades de la familia, las herencias caracteriales y los deseos que proyecten los padres sobre los hijos van a marcar, de forma inevitable, la forma de ser de unos y de otros, lo que puede llevar a que se generen relaciones fluidas y adecuadas entre ellos o que surjan otras más tormentosas y conflictivas.
Vamos a ver en las siguientes páginas algunos ejemplos de situaciones que pueden hacer que los padres tengan conflictos con los hijos.