La agresión al cuerpo físico
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LA AGRESIÓN AL CUERPO FÍSICO
Como ya se ha visto en la sección anterior, el cuerpo físico es el que paga las facturas de los desarreglos, por eso la mayor parte de las enfermedades dan signos y síntomas físicos.
Pero el cuerpo físico, en sí mismo, está sometido a muchos factores que le pueden desequilibrar y facilitar la aparición de una enfermedad. Entre estos factores tenemos los ambientales, los alimentarios, los relacionados con el exceso o falta de actividad, el estrés, los hábitos y las adicciones. Vamos analizarlos muy brevemente.
Los factores ambientales tienen que ver especialmente con el hecho de que los antepasados prehistóricos el ser humano provienen originariamente de la zona ecuatorial africana, donde las condiciones de vida eran muy diferentes de las que actualmente soportan la mayor parte de los humanos en los diferentes climas de la Tierra. Nos afectan mucho los cambios de temperatura, el calor y el frío, sobre todo cuando son excesivos o cambian bruscamente. La humedad o sequedad ambiental hacen que la piel y las mucosas se sequen o estén excesivamente humedecidas. El viento nos desequilibra mucho, tanto si es frío, caluroso, seco o húmedo. Cuando varios factores ambientales adversos se combinan se intensifica el efecto negativo sobre el cuerpo físico, que tiene que hacer adaptaciones rápidas para evitar que sobrevenga la enfermedad, como puede ser la combinación de la humedad y el frío o el viento y el calor.
El tipo de alimentación es también uno de los factores de importancia casi decisiva a la hora de mantener sano a un ser humano. Somos primates y como tales debemos tener una alimentación que se corresponda con la estructura física de nuestra especie y la capacidad de obtener los nutrientes necesarios a través de una adecuada digestión. Hay que tener en cuenta que tenemos una dentadura especializada en cortar y moler (8 incisivos, 8 premolares y 12 molares), una capacidad digestiva muy eficaz en la digestión de los azucares simples o complejos, como los almidones, un intestino delgado largo y repleto de enzimas del tipo disacaridasas para digerir azúcares más sencillos, y un intestino grueso perfectamente preparado para recuperar el agua y absorber otros nutrientes obtenidos por medio de la fermentación que realizan las bacterias que viven en simbiosis en su interior.
Solamente tenemos un órgano que nos permite digerir las proteínas, que es el páncreas, con sus enzimas proteolíticas y este mismo órgano también fabrica las enzimas necesarias para digerir las grasas, función en la que le ayuda el hígado con la fabricación de bilis para dividir la grasa en gotitas pequeñas que sean más fácilmente alcanzables por los enzimas pancreáticos. Y no siempre están estos órganos en las mejores condiciones para hacerlo. Por esta razón, las grasas y las proteínas son las moléculas que nos cuesta más trabajo digerir a los seres humanos, especialmente las que son más grandes y complejas, las de origen animal. La mala digestión de estos alimentos va a facilitar el crecimiento de muchos microrganísmos que sí pueden digerir esos restos de alimentos que nuestros órganos digestivos no han podido y que posteriormente pueden fabricar sustancias tóxicas e incluso atacar a nuestros propios tejidos.
Resumiendo rápidamente, el ser humano que pretenda mantener su salud física de acuerdo con su estructura, fisiología y capacidades físicas, deberá consumir preferentemente semillas, verduras y frutas como alimentación cotidiana habitual y ocasionalmente podrá tomar algunos otros alimentos de origen animal. Dentro de las semillas están los cereales, que deben consumirse de preferencia enteros o integrales, con la cáscara y el germen, y las legumbres como la soja, lenteja, judía, garbanzo, etc. entre otras semillas.
El exceso de actividad y la falta del descanso correspondiente nos agota y nos impide llevar a cabo las labores de reparación de tejidos posteriores al desgaste generado por esa actividad. Nuestros antepasados prehistóricos dedicaban muy poco tiempo a la actividad intensa, reservándola casi siempre para los asuntos relacionados con la supervivencia.
De forma un poco esquemática podríamos decir que para mantener la salud deberíamos dedicar 8 horas del día a dormir (Fig. 25), 8 horas a una actividad de intensa o moderada y las otras 8 a una actividad suave o escasa. Si le robamos tiempo al sueño para desarrollar otras actividades cansamos al cuerpo y no le damos la posibilidad de reparar el desgaste y estar en buenas condiciones al día siguiente, por lo que se va debilitando progresivamente.
Fig. 25: Reparación del cansancio físico mediante el sueño.
En cuanto a la falta de actividad física o sedentarismo, una de las plagas de nuestras sociedades modernas, se puede decir que induce a la enfermedad por falta de movimiento, ya que con la inactividad no circulan adecuadamente los fluidos corporales, la sangre o la linfa, favoreciendo el estancamiento y la acumulación de sustancias tóxicas en los tejidos y dentro de las células. Tampoco favorece la oxigenación ni la eliminación del CO2, un intercambio de gases tan importante para el buen funcionamiento del metabolismo.
El estrés es otro de los males de nuestras sociedades actuales. Es una palabra que se usa tanto que hemos perdido la capacidad de identificar exactamente qué quiere decir. Entendemos por estrés una actividad excesiva o forzada de nuestro organismo, sacarle de lo que habitualmente puede hacer en condiciones de normalidad y de salud.
Un organismo puede estar sometido a una situación de estrés y funcionar adecuadamente durante un tiempo, es más, puede que funcione incluso mejor que cuando no hay una situación de estrés, ya que en esos periodos se fabrican una serie de hormonas que optimizan el funcionamiento del organismo y el sistema nervioso en estado de alerta puede rendir mejor. Pero el precio que se paga, si el estado de alerta se mantiene mucho tiempo y no hay un adecuado descanso y reparación del desgaste, es el de la mala función de los sistemas del organismo, la incapacidad para mantener ese ritmo de actividad en el tiempo, la pérdida de capacidad de resolver las situaciones que surjan y, finalmente, el de la enfermedad.
No se puede someter a uno o varios sistemas a una actividad excesiva sin que se haga la recuperación del desgaste y la reparación correspondiente, hacerlo durante un largo periodo de tiempo y esperar que no tenga consecuencias sobre la salud. Muchas personas en nuestras estresadas sociedades se proponen objetivos casi sobrehumanos y se someten a situaciones de estrés por espacios largos de tiempo para conseguir objetivos muchas veces innecesarios o movidos por la ambición de tener más cosas o más poder.
Todo sistema tiene unos límites y el ser humano los tiene también. No conocer esos límites o sobrevalorar las capacidades nos puede llevar a obligarlo a vivir situaciones de estrés que acaban con la energía disponible y nos llevan a la enfermedad por exceso de actividad o por defecto de energía.
Los hábitos podemos dividirlos en buenos y en malos. Los buenos hábitos nos ayudan a que todo sea más fácil y que se consuma menos energía en realizar las actividades cotidianas y rutinarias. Pero los malos hábitos nos llevan a perder la salud y a que utilicemos la energía disponible o de reserva en tener que reparar sus nocivos efectos. Se puede poner aquí como ejemplo el hábito de acostarse tarde o el de consumir alimentos fuera de las horas de las comidas. Desenmascarar a los malos hábitos y desarraigarlos no es una tarea fácil ya que, generalmente, los ha puesto en marcha nuestro aspecto mental negativo y tiende a justificarlos continuamente con extraños y poderosos razonamientos envolventes o con rápidas decisiones impulsivas. Pero es una labor necesaria cuando se pretende recuperar la salud.
Las adicciones son un aspecto nefasto para la salud del ser humano, aparecen habitualmente como una huida frente al sufrimiento o el dolor que nos generan las actividades de nuestra vida y acaban produciéndolo en una proporción mayor al supuesto beneficio que pretenden ofrecer. Dentro de las adiciones está, por supuesto, el consumo de drogas tanto las legales, como el alcohol, el tabaco, la cafeína, el cacao o algunos fármacos, como ilegales, como la heroína, la cocaína, las anfetaminas, el LSD o el cáñamo, pero también el hábito del juego patológico, máquinas tragaperras, casino o bingo, o el sexo compulsivo.
Toda adicción implica destrucción, se destruye el sentido del bienestar y el instinto de estar sanos y se sustituye por una actividad que, poco a poco, nos va alejando de nuestra auténtica forma de ser y de los objetivos de nuestra vida. Las adicciones están, como era de esperar, condicionadas por el aspecto mental del ser humano y por las emociones que se despiertan desde él.
Como se va visto, las agresiones al cuerpo físico condicionan de forma muy importante la salud y el equilibrio del hombre. Es éste el aspecto que debemos siempre cuidar y tratar para intentar devolverle la salud a una persona enferma.