La distribución de los hijos - UNA VIDA INTEGRAL

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La distribución de los hijos

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LA DISTRIBUCIÓN DE LOS HIJOS
SEGÚN EL ORDEN DE LLEGADA Y EL SEXO

Un importante apartado en el estudio de los cambios que suceden en una familia es la llegada de los hijos, marcada por el orden temporal, el sexo del hijo y la situación de la pareja y la familia en el momento del nacimiento.

Los sitios que ocupan los hijos tienden a ser inamovibles a menos que uno de ellos muera, se vaya de la familia o vea disminuidas sus capacidades para desarrollar las funciones del lugar que le corresponde.

Cada hijo ocupa un orden, primero, segundo, tercero, etc. y cada uno de ellos encuentra a la familia y a la pareja en una situación diferente a la del anterior. Un caso especial es el del primero, que se encuentra con una situación que no se vuelve a repetir, la de unos padres novatos y que disponen de mucho tiempo para dedicar a su nuevo hijo. Incluso los partos múltiples, de gemelos, mellizos o trillizos, tienen un orden, generalmente el que se produce al salir del útero de la madre. En los casos más difíciles de concretar se observa la tendencia de los hijos a ocupar los espacios o la de los padres a ordenarlos de forma natural según su comportamiento.

El significado del orden y el sexo más las proyecciones que hacen las parejas sobre sus hijos resulta un asunto muy importante y de gran relevancia a la hora de la formación de su personalidad de los hijos y que marcará su comportamiento durante toda la vida.

El abordaje de estos significados está sujeto aún a estudio, pero la interpretación general que se expone aquí corresponde a la de las tendencias biológicas inconscientes que, por lo tanto, no son percibidas por nuestro lado consciente, por lo que esos comportamientos son difíciles de explicar y asimilar. Va a ser necesario hacer un esfuerzo al principio para entender la realidad de estas tendencias inconscientes y sus consecuencias para evitar tratar de contraponerlas con lo que una cierta forma de pensar, la ideología personal o los convencionalismos sociales o culturales puedan sugerir o establecer como normal. El inconsciente tiene sus propias normas de comportamiento y no siempre coinciden con las del consciente.

Se va a intentar expresarlo de una manera sencilla, aunque durante el estudio real y el manejo de conflictos en las familias esto puede ser bastante más complicado. Es necesario tener en cuenta los factores instintivos, de especie, los que surgen de las funciones dentro del grupo y los que parten de sentimientos antiguos que están incorporados desde siempre en nuestro interior y de forma inconsciente.

Estos factores hacen que para algunas personas no signifique lo mismo que el primer hijo sea un niño o una niña y esa misma situación se repita con los siguientes hijos. No importa que hayamos cambiado nuestras sociedades y nuestras leyes para que tengamos los mismos derechos o que parezcamos iguales independientemente de nuestro sexo, lo cierto es que en la práctica no lo somos. Sí que somos complementarios y por eso somos muy diferentes, aunque juntos cubrimos la totalidad de lo que la especie humana necesita, la Unidad. En el mundo interno de una pareja y de una familia, el sexo del nuevo hijo va llevar siempre incorporado un significado especial para todos.

En estos términos generales, inconscientes e instintivos, se puede decir que se espera que el primer hijo de una pareja sea un varón. Esto, que ha sido siempre una tradición en la mayor parte de las culturas mundiales, ha cambiado en su enfoque externo en las culturas occidentales modernas, en las que el deseo de buscar la igualdad social se ha confundido con la igualdad mental y emocional, algo que no es posible. De hecho, si preguntamos a una pareja de jóvenes occidentales sobre cuál es su deseo en cuanto al sexo del primer hijo, lo normal es que respondan “nos da igual, sea lo que sea será bienvenido”.

Pero en ese mundo inconsciente y ancestral no es lo mismo. El padre, guiado por esos impulsos instintivos, espera inconsciente o conscientemente que su primer hijo sea un varón y que éste sea su heredero directo. La mujer, de nuevo guiada por su mundo inconsciente y heredado, sabe que eso puede ser bueno para la especie y para la pareja. Aunque esto es difícil de aceptar por la forma de pensar actual y es uno de los pasos que más cuesta dar a la hora de admitir el origen de muchos conflictos familiares, vamos a intentar simplemente reconocerlo como tal de momento y contrastar su veracidad en los casos reales.

Por la misma razón, el segundo hijo de la misma pareja se espera, de forma inconsciente, que sea una chica y también que sea la heredera natural de la madre. Eso aporta una sensación la normalidad y equilibrio al hecho de que, cuando sólo eran tres miembros en la familia había dos de un sexo y uno del otro. Si el primer hijo ha sido un chico, la llegada de una chica equilibra la balanza de sexos. Esta nueva situación familiar es bien aceptada desde el lado inconsciente de la pareja, los tranquiliza y da una sensación de estabilidad a la familia.

Y siguiendo esa misma norma inconsciente, en la búsqueda de ese equilibrio familiar, los siguientes hijos de la pareja deberían ir alternando los sexos de forma que el tercero se espera que sea un chico y la cuarta una chica. De esta forma, se puede resumir esta expectativa inconsciente diciendo que el sexo de los hijos que ocupan lugares impares (1, 3, 5, 7…) se espera que sea varón y el de los que ocupan los lugares pares (2, 4, 6, 8…) se espera que sea hembra. Aunque esto pueda resultar chocante al escucharlo por primera vez, es necesario estudiarlo y valorarlo en la práctica con cada persona que se analiza para ver si es así y si esto ha afectado de alguna manera al carácter de la persona.

Podríamos describir este sentimiento inconsciente como el orden natural, es decir, la sensación que se percibe internamente en una familia de que todo está equilibrado, de que está bien así. Es un sentimiento que además suele ser corroborado dentro del ámbito de la familia por otros miembros, que pueden expresarlo con alegría, rechazo o ciertos comportamientos que lo evidencian.

Si el sexo del hijo que llega no corresponde con lo que es esperado éste puede ser aceptado por fuera, pero puede ser rechazado por dentro o, simplemente, ignorado. A veces, este sentimiento es tan fuerte que lleva al rechazo consciente de ese hijo y le puede generar una huella de tristeza que consiga marcar su carácter. Otras veces, ciertos factores de la historia personal pueden hacer que este hecho no sea tan relevante y que no marque tanto las relaciones familiares. Si tiene importancia o no debe estudiarse en cada persona de forma individual.

Pero, además, hay otro sentimiento inconsciente que es el de la función que desarrollará en la familia según el orden de llegada a ella. Por ejemplo, si una pareja tiene un primer hijo varón y el tercero también lo es, el primero será el primogénito y será considerado el heredero natural del padre y el tercero será el heredero de repuesto, ocupando así un lugar menos importante. Esto lo hemos visto claramente a lo largo de la historia en las sucesiones a los tronos de los reyes o los nobles, que con frecuencia ha generado muchos de los conflictos que posteriormente han derivado en guerras, enfrentamientos o asesinatos.

Si mezclamos ahora sexo y orden tendremos la respuesta a muchos de los conflictos que subyacen en el inconsciente de las personas y que los condicionan en su comportamiento cotidiano. Esto no significa que estos sean los únicos factores que generan conflictos, simplemente se resalta que éstos son unos de los más muy importante y a los que se les presta habitualmente poca atención.

La llegada del primer hijo (Fig. 50) es siempre un acontecimiento en la pareja y en la familia, es el que rompe la unidad simple de la pareja y el que los convierte en tres; pero también es el hijo que descubre que todo lo que hay es para él, no tiene a nadie con quien compartir. Los padres se estrenan en muchas cosas con este hijo y cometen también muchos errores, pero el niño percibe que hay dos adultos, o más, dedicándole su tiempo y energía casi en exclusiva. No es nada extraño que en estos inicios los padres lleven una especie de diario de la evolución de ese primer hijo.

El segundo hijo se encuentra con la casa ocupada y hay que hacerle un sitio. También halla a unos padres un poco más cansados o estresados que, a cambio, han adquirido ya algunos de los hábitos necesarios para facilitar el duro trabajo de la crianza y también que le dan menos importancia a las cosas que hace su hijo con relación al primero. En este caso se puede olvidar escribir el diario del hijo o sus anotaciones son ya mucho más escuetas. Por el contrario, se suele encontrar una pareja más acostumbrada a compartir tiempo y espacio con los hijos y a aceptar como algo normal su nueva situación de criadores de hijos.

Fig. 50: Las líneas de influencia del primer y el segundo hijo.

Sin embargo, se encuentra con un hermano mayor que le observa como a un intruso que le quita el tiempo que antes le dedicaban su madre y su padre, le coge sus cosas y hereda su ropa y otros utensilios y juguetes que el primero consideraba que eran de su absoluta propiedad. Eso suele despertar dos tipos de sentimientos: el del enfado y el de protección hacia el pequeño. El del enfado puede llevar al primero a agredir física o psicológicamente al segundo e intentar dominarle para no ser destronado. El de protección surge de lo que los padres le proyectan como hermano mayor, ya que la llegada del pequeño le ha hecho subir de escalafón en la familia.

Para el hermano menor, no obstante, el mayor le produce una especie de fascinación difícil de esconder y le lleva a aceptar casi todo lo que le sugiere este hermano. También le ve más cercano en su nivel generacional y le busca como compañero de juegos, muchas veces en condiciones desfavorables para él. Seguir el comportamiento, copiar su forma de ser y de actuar suele surgir de forma natural, lo que provoca las iras del hermano mayor y las alegrías de los padres ya que, de esta forma el pequeño aprende casi solo.

Si el primero es chico, cae en la órbita de influencia del padre y le dedicará su máxima atención. Pero si no hay más hijos, la madre también reclama su parte como hijo pequeño y la relación entre ellos tenderá a mantenerse en un estado más infantil a lo largo de la vida. La madre también tenderá a ocupar el mundo emocional del niño que, cuando crece y se hace joven, encuentra dificultades para buscar una pareja que le cubra en tantas facetas como le ofrece la madre.

Si el primero es niño y la segunda es niña, la madre establece un vínculo especial con esa hija y la tomará como su heredera natural, buscando en ella una cómplice y una amiga. El padre también verá en su hija alguien a quien proteger y con quien relacionarse como miembro del grupo de las mujeres y la madre hará lo mismo con su hijo. De esta forma los dos progenitores ven con buenos ojos la marcha de la familia.

Si el primer hijo es una niña, el sentimiento del padre puede ser el de un rechazo inconsciente, lo que percibe de inmediato la madre y tiende a proteger a esa hija no bien aceptada. La niña, cuando crezca, tenderá a imitar al padre en su forma de ser o en sus hábitos o profesión buscando así la aceptación en otro momento de su vida. Esto le facilitará tener un comportamiento más de tipo masculino que se notará mucho posteriormente en la relación con sus parejas.

Si el primero es una niña y el segundo también, el padre tiene tendencia a volver a tener el sentimiento de rechazo inicial, pero como el lugar le corresponde a la madre la relegará a ese lugar. De esta forma la hija mayor tiende a acercarse más al padre y éste puede tener también sentimientos de aceptación si no hay más hijos. Sin embargo, la madre se ve reforzada por la llegada de dos miembros del sexo femenino y tendrá la sensación de que son mayoría en las discusiones y en las luchas de poder. Pero, normalmente, la hija mayor tenderá a asociarse al padre y la menor a la madre, lo que puede favorecer que la hija mayor tenga una relación tensa y crítica con la madre.

Cada vez que se añade un nuevo miembro se establecen nuevos equilibrios de acuerdo al lugar que ocupa y su sexo (Fig. 51). De esta forma, el tercero, si es niño, entra en la órbita del padre y se unirá a él y al primer hijo, pero el primero siempre le considerará un rival, aunque sea de manera inconsciente. Si es niña rivalizará con la segunda por la atención de la madre y la dejará en el lugar del medio, que en algunas situaciones la puede llevar a sentirse mal con la madre y con la hermana pequeña.

El cuarto viene de nuevo a equilibrar la balanza si se ha seguido el orden natural o quizás puede que llegue el miembro del sexo deseado, chico o chica, derivando la atención del padre o la madre hacia ese hijo y desplazando al hijo del otro sexo que estaba ocupando provisionalmente ese lugar.

Fig. 51: Líneas de influencia de los padres sobre los hijos según su sexo y el orden de llegada a la familia.

Y así, sucesivamente, se van repitiendo las tendencias de los padres y de toda la familia a la hora de dedicar atención a los hijos y de darles una personalidad o una misión en el grupo. Cuando las familias tienen muchos hijos es necesario un estudio detallado de su historia además del sexo o el orden de llegada para poder ver las influencias que recibe cada hijo.

Los hermanos que estén situados en los lugares de en medio quedarán fácilmente en un lugar descolgado o de menor importancia, pero pueden encontrar su sitio si están cerca de los primeros lugares o se asocian a otros hermanos que estén también en medio. También pueden aparecer otros familiares, como tíos o primos que ejerzan un poder de atracción o que les dediquen el tiempo que no pueden dedicarle los padres.

Además, se puede decir que el primer lugar y el último son siempre especiales para alguno de los padres, independientemente del sexo del hijo. El mayor cae siempre dentro de la influencia del padre y el menor dentro de la influencia de la madre.

Igualmente, es frecuente que aparezcan deseos de que los hijos puedan representar o recordar la memoria de otros miembros de la familia que ya no están. Con frecuencia se les asigna un primer o un segundo nombre que recuerda a ese familiar. Este fenómeno da lugar a las sagas, líneas de personas de tienen el mismo nombre e incluso el mismo apellido durante varias generaciones. Este puede ser un condicionante que aporte mucho estrés al miembro de la familia predestinado a continuar y perpetuar la saga.

Otro comportamiento habitual es el de asociar el hijo a un familiar por su aspecto físico, su forma de ser o la de actuar, utilizando la famosa frase “este niño es igual que…” o haciendo la pregunta “¿a quién se parece (o ha salido) este niño?”. Cuando la familia le asigna a un hijo esa relación con otro miembro diferente del padre o la madre, éste consigue un especial atractivo o rechazo por su parte, según va madurando y valorando lo que le ha asignado la familia. Cuando los hijos se quedan sin influencia directa pueden buscar en esos miembros de la familia una atención o un modelo a seguir.

Aunque el estudio de las tendencias en la forma de ser de los hijos de acuerdo con su orden de llegada a la familia y el sexo es muy complejo, se ha buscado dar unas pinceladas generales de la manera en la que se suelen producir esas influencias, que no pretenden ser leyes estrictas sino vías que ayuden a entender mejor el complejo mundo de las relaciones familiares y de la formación de la personalidad.

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