Introducción
INTRODUCCIÓN
Para el buen funcionamiento de nuestro organismo es necesario que haya un sistema de defensas que lo proteja de la agresión proveniente del exterior y que también repare las lesiones provocadas por esas agresiones.
Es este un sistema muy complejo que está formado por unas estructuras defensivas, como son la piel o las mucosas, y las células del sistema inmunitario, que están dispersas por todo el organismo y no tienen un órgano específico desde el que dirijan su acción. Sin embargo, estas células disponen de varias estructuras corporales que les sirven de apoyo en su actividad, como el bazo, los ganglios linfáticos, las amígdalas, el apéndice digestivo, las placas de Peyer intestinales o el timo.
Las estructuras defensivas tienen la función de impedir la entrada de los agentes infecciosos al interior del organismo, de evitar la agresión de los agentes climáticos (frío, calor, humedad, sequedad y viento) y de impedir que los contenidos internos del organismo salgan al exterior.
La piel ejerce una función de barrera superficial y se mantiene eficaz gracias a la regeneración completa de las células la epidermis de forma constante en un ciclo de unas tres semanas. A través de ella se eliminan también sustancias tóxicas que llevan en su interior las células descamadas. Si sufre alguna lesión en forma de contusión o herida, las células reparadoras y las del sistema inmunitario acuden rápidamente a la zona para recuperar cuanto antes la función defensiva de la piel.
Las mucosas hacen la misma función que la piel pero en el interior del organismo, ya que ejercen de barrera superficial para evitar la entrada de agentes infecciosos pero también utilizan la secreción de sustancias químicas defensivas, como el ácido clorhídrico en el estómago, los anticuerpos en la saliva o en la leche materna, y el moco en la vía respiratoria o digestiva. En algunas mucosas, como en la de la vagina, se secreta alimento para que las bacterias lactógenas lo coman y generen un pH ácido que impida el crecimiento de otros gérmenes. En el tracto intestinal y respiratorio se mantiene una flora bacteriana saprófita que impide el crecimiento de otras bacterias más agresivas o patógenas.
Algunos fluidos corporales sirven también de método defensivo como en el caso de la orina que arrastra los gérmenes hacia el exterior, las lágrimas de los ojos que mantienen a la conjuntiva limpia y libre de gérmenes o la tos y el estornudo que provocan un flujo de mucosidad hacia el exterior.
Las células del sistema inmunitario se producen en la médula ósea y en el timo, un órgano situado detrás del esternón y que se atrofia poco antes o después del nacimiento. Las células del timo (linfocitos T) entran en contacto con las estructuras de todas las células del organismo y memorizan lo que es propio para distinguirlo posteriormente de lo ajeno. Cuando salen del timo ejercen la función defensiva durante toda la vida circulando incansablemente por todo el cuerpo.
Las células que forman parte del sistema inmunitario son los leucocitos o glóbulos blancos. Los leucocitos están formados por varias líneas celulares que son los neutrófilos, los basófilos, los eosinófilos, monocitos (macrófagos) y linfocitos.
Los neutrófilos están especializados en la lucha contra las bacterias y los hongos; recorren el organismo en su busca y si los encuentran intentan eliminarlos mediante la fagocitosis, proceso en el cual los neutrófilos introducen en su interior a las bacterias y después las atacan secretando sustancias en el interior de las vacuolas en las que se encuentran para digerirlas a continuación.
Los basófilos son los menos abundantes y su función principal es colaborar en la reacción inmunitaria mediante la fabricación de sustancias como la histamina y la serotonina, entre otras. Estas sustancias también intervienen en la reacción de tipo alérgico.
Los eosinófilos son células especializadas en la lucha contra los parásitos y también participan activamente en la respuesta alérgica ya que se activan ante la presencia del complejo antígeno-anticuerpo. También responden a la activación por la histamina de los basófilos o de las células cebadas aunque pueden moderar su actividad fabricando enzimas que la destruyen. También pueden liberar sustancias para atacar a células y actúan en los mecanismos de reparación de los tejidos lesionados.
Los monocitos y macrófagos son células especializadas en la fagocitosis de células, bacterias o cualquier desecho inflamatorio o de los tejidos lesionados. El monocito circula por la sangre y, cuando es necesario, sale de ella y se transforma en un macrófago que ingiere todos los desechos que encuentra. Colaboran con los linfocitos T mostrándoles los antígenos de las bacterias ingeridas y así se pueden fabricar los anticuerpos correspondientes frente a ellos. También ayudan en el proceso de coagulación. Se los conoce con diferentes nombres según el tejido en el que se encuentren, como la microglía en el cerebro, las células de Kupfer en el hígado, las células espumosas de las placas de ateroma, las células de Langerhans en la piel, los histiocitos del tejido conjuntivo o las células mesangiales del riñón.
Los linfocitos se subdividen en dos familias: los B y los T. Los linfocitos B provienen del hígado y bazo del feto y los T del timo. Las células B se generan posteriormente en la médula ósea.
Los linfocitos B circulan por la sangre a la espera de que sean activados por antígenos o por los linfocitos T, momento en el que se transforman en plasmocitos, o células plasmáticas, que generan los anticuerpos correspondientes a esos antígenos para neutralizarlos. Entre los anticuerpos están las inmunoglobulinas IgA, IgM, IgG e IgE. Las IgA están presentes preferentemente en las mucosas, las IgM corresponden a la reacción inmediata, las IgG a la defensa a largo plazo y las IgE a las reacciones alérgicas.
Los linfocitos T son los encargados de organizar, coordinar y dirigir la respuesta inmunitaria y se subdividen a su vez en varias líneas: los citotóxicos o T8, los cooperadores o T4, los de memoria, los reguladores, los asesinos naturales o NK y los intraepiteliales.
Los linfocitos T citotóxicos atacan directamente a las células infectadas o alteradas fabricando sustancias que las destruyen.
Los linfocitos T cooperadores provocan la reacción de defensa local cuando son activados.
Los linfocitos T de memoria son células que están especializadas en recordar las agresiones sufridas anteriormente para que si vuelven a ocurrir de nuevo la reacción inmunitaria sea inmediata lo que hace imposible la agresión. Gracias a ellas no sufrimos algunas infecciones de forma repetida, lo que se conoce como inmunidad adquirida.
Los linfocitos T reguladores tienen la función de acabar con la respuesta inmunitaria una vez que ya no es necesaria.
Los linfocitos T asesinos naturales son células que acompañan a los T4 y T8 en su actividad defensiva y su función consiste en reconocer y eliminar células infectadas o tumorales.
Los linfocitos T intraepiteliales se localizan en la mucosa del intestino para dirigir la defensa del mismo.
El sistema de defensas dispone además de ciertas sustancias como las que forman el sistema del complemento, que generan una reacción defensiva automática cuando se activa, y el pirógeno endógeno, o interleukina-1, que sirve para generar fiebre y facilitar así la defensa frente a los agentes infecciosos o células tumorales.
La acción conjunta de todos los componentes del sistema de defensas del organismo nos ayuda a realizar las funciones biológicas que permiten la vida.
En la Medicina Tradicional China el sistema de defensas funciona gracias al Wei Qi, o energía defensiva, que circula por todo el organismo para protegerlo de la agresión externa. Su funcionamiento y potencia depende de la adecuada actividad de todos los órganos del cuerpo y del aporte de energía que estos le hacen, del buen estado de la sangre y de la presencia de una suficiente energía vital. Sus funciones principales son la defensa inmunitaria del sistema superficial, la regulación de la temperatura del cuerpo y el control del sudor.