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EL INDIVIDUO

Cada individuo pertenece a varios grupos humanos a la vez, pero en sí mismo es un representante único de la especie y con él va toda la información de la misma, pero como somos una especie sexuada, se diferencian solo dos tipos de individuos según su sexo: los hombres y las mujeres. También hay otra característica básica diferencial de cada individuo y es su edad, así que distinguimos también a niños, adolescentes, jóvenes, adultos y ancianos.

 
Las diferencias entre hombres y mujeres han dado pie a escribir gran cantidad de ensayos, novelas, guiones de teatro, cine, miles de chistes y anécdotas y múltiples libros y estudios científicos. Lo que sí podemos concluir es que los hombres y las mujeres pertenecemos a la misma especie humana, somos complementarios, tenemos muchas similitudes pero también somos muy diferentes, como corresponde a los que se complementan.

Fig. 22: Diferente tipo de reacción emocional de una mujer y un hombre frente a un bebé.

La forma inconsciente de reaccionar de un hombre y una mujer frente a, por ejemplo, la presencia de un bebé, es un ejemplo revelador. Lo más probable es que la mujer reaccione con respuestas de tipo maternal, siendo tierna y tratando de cuidar del niño cogiéndole en sus brazos, hablándole y meciéndole. La reacción natural del hombre es mirarle, hacer alguna observación de cómo es el niño y estimularle mediante unos movimientos con la mano para ver su reacción o elevarle con sus brazos para saber si el niño responde al estímulo, si es válido (Fig. 22).

Nos llevaría un gran número de páginas evidenciar las diferentes formas de ser y de reaccionar de un individuo según corresponda al sexo masculino o femenino con sus múltiples matices y variantes, pero se puede decir que hay una forma de ser y de reaccionar que caracteriza a los hombres y otra que caracteriza a las mujeres, aunque sabemos que personas con aspecto masculino pueden tener reacciones típicamente femeninas y viceversa. Esto puede ocurrir como consecuencia de la acción de ciertas hormonas sobre el cuerpo y el cerebro o de la educación y adiestramiento de la persona en las dos primeras etapas de su vida.

Físicamente, un hombre y una mujer son muy similares y las estructuras que anatómicamente los diferencian evolucionan en el embrión desde los mismos grupos de células o tejidos. A pesar de que son muchas más las similitudes que las diferencias, hay una importante y delimitante diferencia genética ya que en el hombre existe un pequeño cromosoma llamado “Y” y en la mujer está duplicado el llamado cromosoma “X”; el resto del genoma es igual y sólo aparecerán las diferencias según las variables que establezcan que ese individuo debe desarrollar caracteres externos femeninos o masculinos.

La principal diferencia física básica y evidente entre hombre y mujer está en sus genitales externos y en las mamas (Fig. 23). La simple observación de ellos nos dará con casi total seguridad el sexo del individuo, con muy raras excepciones o por intervenciones quirúrgicas o la ingesta de hormonas. La presencia de un tipo de glándula sexual, testículo u ovario, hará que se fabriquen predominantemente hormonas masculinas o femeninas y esto permitirá que con el paso del tiempo se desarrolle un cuerpo físico de apariencia hombre o de apariencia mujer.

Fig. 23: Aspecto físico de un hombre y de una mujer.

También hay diferencias estructurales como el volumen y la potencia de los músculos, la talla final, el tono de voz, la estructura cerebral, el reparto de la grasa, el aspecto del pelo y su caída, el olor corporal y muchas otras diferencias.

Emocionalmente el hombre y la mujer son muy distintos, aunque hay que resaltar que probablemente son más las similitudes que las diferencias, pero nos fijamos más en estas últimas. Cuando vemos las reacciones emocionales de un hombre y de una mujer frente a un mismo suceso comprendemos que somos muy diferentes. Pongamos el ejemplo de una situación de peligro, el hombre, por su función biológica, tenderá a luchar y a generar una emoción de enfado, de lucha y defensa, sin embargo la mujer tenderá a evitarlo y lo más probable es que genere una emoción de miedo o de evitación de la lucha. Lógicamente, se expresa así en términos generales y en una situación concreta las reacciones pueden ser diferentes.

Frente a una emoción de tipo amoroso, por ejemplo, en el encuentro entre dos personas que se atraen, se despertarán diferentes estados y respuestas en un hombre y en una mujer. Lo más normal es que el hombre vea esa atracción amorosa como la posibilidad de establecer un encuentro sexual y facilitar así, inconscientemente, la reproducción y mantenimiento de la especie. Para una mujer, con una expresión emocional habitualmente más rica en detalles, el encuentro despertará su imaginación proyectando en ese hombre sus fantasías y tenderá a verle como un ser único y especial que pone en marcha en su interior estados apasionados que, finalmente, tenderán a llevarla a entregarse a la actividad sexual que favorezca, cómo no, el mantenimiento de la especie. Como vemos, las diferencias se complementan para llegar al mismo destino común de la especie, la Unidad, el Todo.

Las diferencias emocionales entre hombres y mujeres son muchas y muy complejas, pero es muy habitual que un hombre espere una reacción emocional tipo hombre, o masculina, en una mujer y que una mujer espere una reacción emocional tipo mujer, o femenina, en un hombre. Esto genera gran confusión al ver los pobres resultados de esas expectativas. Esto es porque, en principio, no conocemos las respuestas emocionales del otro sexo hasta que las experimentamos con una convivencia íntima y larga, no sin sorpresas.

Cuando una mujer descubre las diferentes reacciones emocionales de su compañero frente a hechos comunes, tenderá a afeárselo y querrá que cambie y lo mismo hará un hombre. Esto genera habitualmente conflicto y desencuentro en la pareja y la tendencia a refugiarse con los similares, es decir, las mujeres buscarán a otras mujeres para que las acompañen y las reconforten en sus estados emocionales y los hombres buscarán hombres con el mismo objetivo. Por eso no es raro ver grupos de hombres o de mujeres que se reúnen en lugares concretos para recuperar su identidad de género rodeados de sus similares.

Las diferencias mentales entre un hombre y una mujer son también evidentes y se observan cada día. Hay algunos tópicos que han servido siempre para remarcar esas diferencias o para ridiculizar al miembro del otro sexo o al grupo sexual en conjunto. Frases como “es que los hombres sois unos…” o “vosotras las mujeres sois unas…” reflejan esa tendencia a ver al miembro del otro sexo como a un inferior en vez de como a un complementario.

Siempre se ha resaltado la mayor habilidad para el cálculo mental y abstracto de los hombres, lo que les ha facilitado su trabajo en el mundo de las matemáticas y de la arquitectura. También se ha destacado la mayor capacidad de las mujeres para conectar con el lado humano y los sentimientos y su facilidad para expresarse en el mundo de las artes y de la literatura. Hoy, sin embargo, vemos que ha habido una transformación, hay mujeres que destacan en aspectos mentales masculinos y hombres que destacan en aspectos mentales femeninos, una transformación favorecida por el tipo de sociedad hacia la que hemos evolucionado.

En el aspecto intuitivo, se ha hablado siempre de la intuición femenina como una de las virtudes de las mujeres, a la que había que hacer caso con preferencia, ya que solían y suelen acertar en sus intuiciones. Las corazonadas o visiones de los hombres también están reflejadas en la historia del ser humano, grandes decisiones políticas o económicas se han hecho bajo el impulso de esas corazonadas. De nuevo, la mujer suele utilizar esas intuiciones para percibir la parte que le interesa a la especie, la que corresponde al lado humano, al grupo, a los factores de convivencia, de buena relación y el hombre suele dirigirlas hacia el lado práctico y resolutivo, a las decisiones importantes y a las actividades de protección y defensa.

Quizás sea en el lado espiritual del ser humano donde se van diluyendo esas diferencias y encontramos que, esencialmente, somos iguales, lo mismo. Las leyes del Yin y el Yang ya nos dicen que los complementarios forman parte de un Todo, por lo que provienen del mismo sitio. Solamente se diferencian para desarrollarse, para crecer y aprender.

Un hombre y una mujer apenas se diferenciarán cuando entran en situaciones de crecimiento espiritual y vivencial. Puede que surjan las diferencias en la forma cómo lo expresan pero, esencialmente, las vivencias internas son muy parecidas. Una mujer puede expresar su amor por la Humanidad, una vivencia de origen espiritual, cuidando enfermos en un hospital en la India, como la Madre Teresa de Calcuta y un hombre puede hacerlo escribiendo libros que guíen a otras personas en su crecimiento personal y en el aprendizaje de ese amor por los demás, como el Dalai Lama. Son sólo dos ejemplos de la forma de expresar ese lado espiritual del ser humano.

Resumiendo, las diferencias entre hombres y mujeres son más evidentes en los aspectos físico y emocional, son de menos calado en el aspecto mental e intuitivo y prácticamente desaparecen en el aspecto menos material, el espiritual. Por ello, la mayor parte de los conflictos se originan en los aspectos más cercanos al físico y la mayor parte de las diferencias se disipan según nos acercamos al mundo espiritual.

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