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El trastorno emocional

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EL TRASTORNO EMOCIONAL

Hay muchos estados emocionales que pueden hacernos perder la salud, pero lo hacen especialmente aquellos de los que no conseguimos salir con facilidad, los que ocurren con una gran intensidad o los que nos suceden de forma recurrente.

Siempre se ha dicho que el estado que más favorece la salud es el del amor, la felicidad y el buen humor, pero estos estados no se pueden mantener de una manera ideal, continuada e indefinida y siempre van a surgir situaciones adversas que nos saquen de esa felicidad para que podamos aprender de ellas y evolucionar, pero que van a alterar nuestro equilibrio emocional.

Se han nombrado en otra sección los 5 estados emocionales negativos que describe la metodología china y que incluyen al resto de las situaciones emocionales que podemos identificar, tanto por sí mismos como mediante sus combinaciones. Estos estados son: miedo, enfado, ansiedad, preocupación y tristeza, que corresponden en ese orden a los movimientos: agua, madera, fuego, tierra y metal. Cada uno de estos estados afecta preferentemente a los órganos y a las funciones que están englobadas dentro de los 5 movimientos de la Medicina Tradicional China.

Si observamos a una persona que esté viviendo un estado de desesperanza, la podemos colocar dentro de una vivencia de tristeza y, por lo tanto, dentro del movimiento metal. Ese movimiento tiene al pulmón y al intestino grueso como órganos y funciones que le integran y es posible que ese estado de desesperanza acabe desarrollando un desequilibrio en esos órganos o en sus funciones.

El miedo, del mismo modo, puede afectar al riñón o a la vejiga y dar síntomas físicos como el deseo imperioso de ir a orinar o la debilidad de rodillas, según la metodología de estudio de la Medicina Tradicional China. Este estado emocional conecta directamente con el peligro y la necesidad de actuar en consecuencia según la dimensión del miedo. Las reacciones posibles frente a un peligro son: enfrentarlo luchando, huir o quedarse parado.

Si el miedo es leve o moderado y valoramos que la situación puede ser de fácil resolución, habitualmente la intentamos enfrentar a través de la lucha o la defensa para ver si podemos resolverla y vencer el miedo; por ejemplo, si tenemos que cruzar un puente colgante a una buena altura y lo hacemos controlándonos para evitar el miedo. Si éste es más intenso, la respuesta habitual es salir corriendo, como cuando oímos un ruido fuerte cerca de nosotros. Si el miedo es tremendo y se convierte en pánico usualmente nos paraliza, como podría ocurrir si oyésemos un aullido cercano caminando en una noche oscura.

El miedo es la emoción más presente en la historia del ser humano, la primordial y la que pone en marcha al resto de las situaciones emocionales negativas como el enfado o la ansiedad. También activa la preocupación y, finalmente, nos puede llevar al cansancio, al agotamiento y a la tristeza.

Tenemos que distinguir entre miedo y precaución. El miedo es una emoción negativa que nos altera y nos lleva a actuar de forma alterada y condicionada a la situación y nos deja en un estado de inquietud incluso después de resolver la situación que lo genera. La precaución es una reacción natural de prevención frente a situaciones ya conocidas o que nos generan desconfianza, no altera nuestro estado emocional y podemos seguir haciendo vida normal sin mayores consecuencias.

Los estados de miedo agudo, es decir, los momentos puntuales que corresponden a situaciones que son pasajeras, tienden a provocar un estado emocional alterado pero de corta duración. Sin embargo, las situaciones que generan miedo repetidamente o las que persisten en el tiempo dando lugar a un estado de miedo crónico, son las que más alteran a la salud del ser humano.

El enfado es una reacción de lucha o defensa frente a algo que nos produce miedo pero que decidimos enfrentarlo para intentar vencer el miedo. Un enfado se produce mediante la acumulación de información en nuestra memoria de forma que inicialmente valoramos una situación como molesta pero no actuamos de inmediato. Progresivamente la situación se va manteniendo o sube de intensidad, por lo que valoramos intentar enfrentarla. Si la valoración de nuestros recursos y la probabilidad de salir victoriosos en una contienda es favorable a actuar luchando, pasamos a la siguiente fase en la que nuestro sistema físico optimiza sus recursos, se prepara para el enfrentamiento mediante la tensión en ciertos músculos, la aceleración de los latidos del corazón, la secreción de hormonas del estrés y la respiración más agitada.

Si la situación persiste pasamos a la fase tres que tiende a la acción y que provoca finalmente el enfrentamiento, pudiendo llegar a la agresión física o de palabra. Si se entra en esta fase es necesario una recuperación con una descarga física posterior ya que el organismo queda alterado durante un tiempo, por ejemplo, con varias respiraciones profundas seguidas o haciendo un ejercicio físico intensivo que libere la tensión acumulada.

Cuando las causas que provocan el enfado son de tipo crónico o hay una memoria anterior de situaciones similares, el proceso que lleva al enfado se acorta llegando incluso a mantener a la persona en una situación de enfado continuo. A esas personas las describimos diciendo que tienen mal carácter, que tienen malas pulgas o que son gruñonas. El enfado crónico altera de forma muy importante la salud física y mental favoreciendo las enfermedades por estrés y tiende a hacer reaccionar a la persona de forma poco racional frente a todo lo que le provoca la irritación.

La ansiedad es la respuesta del organismo frente a una situación de peligro. En sí misma no es más que un estado de alerta que vigila para que no nos ocurran cosas malas. En el estado de ansiedad básico se analiza la situación que nos genera miedo o que es un peligro en potencia y se intenta buscar una reacción frente a ella; para ello se formula una hipótesis del tipo “si ocurre esto hay que responder haciendo esto otro” o “cuidado con eso que podría provocar que ocurriese algo malo”. El problema es que cuando se formulan demasiadas hipótesis resulta imposible atender adecuadamente a todas, de forma que ese estado de ansiedad impide ya una correcta solución del problema y se generan nuevos problemas que antes no existían, además de cansar al organismo.

La ansiedad crónica intenta anticiparse a las situaciones de peligro generando proyecciones mentales y actuando ante una situación que realmente no existe o no está ocurriendo en el presente, que es un futurible, algo que el cuerpo físico no puede identificar como un peligro actual. De forma que para que la ansiedad crónica sea posible es necesaria la acción del ego, del aspecto mental negativo, para generar imágenes del futuro proyectadas en el presente a partir de información del pasado.

Este complejo entramado del aspecto mental negativo genera una trampa para el aspecto emocional que reacciona poniendo las emociones correspondientes a las imágenes mentales creadas a partir de la memoria o de otras imágenes inventadas por el mental. Esas emociones suelen tener gran intensidad e inducen al cuerpo físico a creer que la situación hipotética es real, por lo que se prepara para enfrentarla de forma física con las típicas reacciones de estrés.

Incluso el propio aspecto mental, al ver el resultado de su obra, puede potenciar la ansiedad aún más al objetivar el estado de alteración general que él mismo ha provocado y convertirlo en la prueba de que algo anda mal. De esta forma se perpetúa el estado de ansiedad que tarda mucho tiempo en revertirse a un estado de normalidad.

La preocupación es un estado emocional que también es la respuesta a una situación problemática, sólo que se hace en exceso. Si una persona tiene un problema se aparta a reflexionar para encontrar la mejor solución, propone una, dos o tres soluciones y pone en marcha la que le parece que es la mejor para resolver el problema. Pero la preocupación es el exceso de esa reflexión y la proposición de múltiples hipótesis y con tendencia recurrente.

Pongamos el ejemplo de una persona que tiene que pagar una factura dentro de tres días y no dispone del dinero necesario. Intenta resolverlo mediante una reflexión que le lleva a valorar pedir el dinero prestado, aplazar la factura o dejarla sin pagar. Finalmente se decide por solicitar un préstamo a un familiar y la situación queda resuelta. Pero si la persona insiste en volver a estudiar la situación una y otra vez repitiéndose las posibles respuestas o multiplicándolas puede que sea cada vez más difícil tomar una decisión; la reflexión se transforma en preocupación y empieza a dificultar la rapidez y la eficacia de la respuesta. Finalmente, la respuesta puede no ser la más adecuada o puede haberse consumido mucha más energía de la necesaria para resolver el problema.

De nuevo, es el ego el que induce estos estados emocionales recursivos que hacen que las personas queden atrapadas en la cárcel de sus pensamientos o de sus preocupaciones sin fin. En esta situación, el aspecto mental negativo necesita sentirse útil y una solución rápida al problema le dejaría inactivo y sin méritos, por lo que tiende a hacer crónicas las situaciones que generan preocupación o a complicarlas para generar nuevas necesidades de respuesta.

La tristeza es un estado emocional que induce a la interiorización, al aislamiento durante un tiempo para valorar qué ha pasado para que no hayamos conseguido el éxito y la felicidad. Es en sí misma el reconocimiento de un fracaso, pero con el objetivo de aprender de la situación y de los errores cometidos y, de esta manera, ser más eficaces si surgen nuevos problemas similares.

Pero cuando la tristeza dura mucho tiempo o es muy intensa es cuando acaba alterando la salud de la persona y este estado lo induce, como era de esperar, el aspecto mental negativo con sus vueltas y vueltas a las situaciones que ya no existen o que se pueden enfocar de otra manera.

La tristeza que dura en el tiempo nos lleva a los estados de ánimo depresivos y, posteriormente, a la depresión. Pongamos, por ejemplo, la tristeza que genera la pérdida de un ser querido; lo normal es reaccionar ante esa noticia con ánimo abatido, cara desencajada y lágrimas. Esta respuesta está limitada en el tiempo, ya que no se puede estar llorando siempre y el estado de abatimiento consume mucha energía. Poco a poco una persona sana y con recursos tiende a ver el suceso de otra forma y lo va aceptando de forma natural como un suceso más en la vida. Pero si la persona se siente invadida por sus pensamientos y enfoca la pérdida como una gran desgracia inevitable o la consecuencia de su mala suerte, puede mantener su estado de tristeza mucho más tiempo siendo cada vez más difícil sacarle de esa situación.

También se puede utilizar el enfado para esconder la tristeza y lanzar juramentos y maldiciones o buscar a posibles culpables de una desgracia. Este mecanismo de defensa no suele dar ningún buen resultado y lo que suele provocar es la reacción en contra de las personas que son agredidas y que podrían haber ayudado a superar la tristeza.

Hay otros estados emocionales que podemos describir con diferentes palabras, pero acabaríamos poniéndolos dentro de uno de los cinco estados que hemos descrito anteriormente, lo que simplifica enormemente la forma de abordar las situaciones de alteración emocional.

Como hemos visto, los estados emocionales negativos surgen de las situaciones cotidianas de la vida, pero son incrementados y mantenidos artificialmente por el ego, lo que complica su estudio y su resolución. Lo que hay que hacer la mayor parte de las veces es desenmascarar a ese lado mental negativo que mantiene activas las emociones que nos perjudican y, una vez eliminado, el sistema emocional volverá a reequilibrarse progresivamente.

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